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¿El tamaño importa? Eso creyó el Titanic.


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Parece ley de obligado cumplimiento que las empresas deban crecer. Y aunque es clara la importancia de las economías de escala en algunos sectores y la importancia de la eficiencia, en estos tiempos cambiantes merece la pena plantearse este paradigma.


Ser un Titanic tiene riesgos. Crecer sin mesura nos hace perder los sentimientos de la organización y nos puede alejar de nuestros clientes. Pues, no es lo mismos crecer que desarrollarse, en términos propios de la biología. Crecer significa el aumento en el tamaño y desarrollarse es la especialización de una función. Un ejemplo simple: un niño crece cuando aumenta su talla en centímetros y kilos, pero se desarrolla cuando es capaz de gatear, caminar o correr.


Tenemos que dar tiempo a nuestras empresas y organizaciones a madurar; y gestionar desde la dirección la balanza entre eficacia y eficiencia. Hacer lo que hay que hacer y hacer bien lo que se hace. Para ello necesitamos directivos que sepan gestionar, liderar y marcar límites. Y las escuelas de negocio seguir preparando a los directivos del mañana en la sostenibilidad de sus empresas.


La flexibilidad y agilidad de las pequeñas y medianas empresas permite una más rápida adaptación a entornos cambiantes e inesperados. Y este puede ser su momento. No caigamos en la trampa de las economías de escala, para justificar ineficiencias. Y esto mismo nos sirve para hablar de de bancos y fusiones, hoteles y tour-operadores, turismo y producción. Tal vez es momento de parar, retroceder y replantearse las cosas para tomar aliento. Sin prisa, pero sin pausa.


De no hacerlo y siguiendo con el Titanic: ¿Dónde estaba el personal cuando apareció el iceberg? ¿Cómo se priorizó la seguridad de los clientes? ¿Por qué costó tanto direccionarse? La tecnología permitió construir el barco más grande, pero no el mejor equipado (el más eficiente), ni con el mejor personal (el más maduro) ni con la agilidad suficiente para gestionar un peligro inesperado (el más ágil). La tecnología nos permite pensar y crear en grande, pero no olvidemos que debe estar bien orientada a cuál es el objetivo y la misión de nuestra empresa. Nuestro propósito.


Las empresas familiares deben retomar el control y la gestión eliminando intermediarios, trabajando alianzas y colaboraciones, y reencontrar su propósito. Con la tecnología se puede llegar a todos los rincones del planeta, pero no olvidemos al cliente por el camino.


Hoy podemos seleccionar a nuestros clientes, pero más importante aún: ellos nos seleccionan también a nosotros, las empresas. Esta relación es la que nos permitirá conocerle y fidelizarle. Vivimos una época convulsa, de cambios. Pero eso no debe distraernos de nuestro propósito. Qué no sea el COVID nuestro iceberg.

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